Hopper, de Mark Strand
Traducción de J. A. Montiel. Lumen. Barcelona, 2008. 115 páginas, 14’50 euros
(...) Un libro de 1994 dedicado a Edward Hopper por el poeta canadiense Mark Strand.
Strand quiso también ser pintor. Llegó, además, a realizar estudios de arte en Yale, y este bagaje aflora aquí a lo largo de los breves capítulos que dedica a una treintena de cuadros de Hopper, desde el famoso Casa junto a las vías del tren, que es de 1925, hasta Coche de asientos, su última obra pintada en 1965.
Apreciamos, así, ciertos principios de análisis formalista en los comentarios a cada uno de los óleos seleccionados, que a veces van al alimón cuando su temática o su textura lo aconsejan, como sucede con Gasolina y Autovía de cuatro carriles, Sol matutino y Una mujer al sol, o Ventana de hotel y Habitación de hotel.
Tras una breve descripción de la anécdota reflejada, Strand se demora en identificar la composición en términos geométricos, sobre todo triángulos y trapecios isósceles, o en determinar el punto de fuga y el tratamiento específico que en cada caso se le da a la luz, tan distinto del modo impresionista.
Pero enseguida cambia el registro a favor de una puesta en palabras de la identificación del observador con el lienzo. Aparte de que, como americano del norte que es, coetáneo del artista, Strand crea observar en sus obras “escenas de mi propio pasado”, le seduce algo a lo que es difícil hurtarse y Updike denominó “la tentación narrativa” del creador de Aves nocturnas, Anochecer en Cape Cod, Automat, Digresión filosófica o Habitación en Nueva York. En este sentido, el poeta trasciende al crítico, y las páginas de Strand se convierten en verdaderas écfrasis de los cuadros de Hopper.
(Darío Villanueva)
in El Cultural, suplemento do diário El Mundo, de 3-7-2008
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